Cómo era la prostitución masculina en la antigua Grecia
Hoy en día podemos mirar a nuestro alrededor y sentirnos orgullosos de haber avanzado socialmente en muchos sentidos. Queda todavía un largo camino por delante, eso es indudable, pero basta con comprobar cómo estaban las cosas hace tan solo unas décadas para entender que hemos dado algunos pasos de gigante. La manera en la que hoy se respeta, se apoya y se respalda a cualquier persona, sea cual sea su orientación sexual, es un ejemplo perfecto de esto que comentamos. Ser gay, lesbiana o trans no está ya mal considerado, porque la sociedad ha logrado entender y aceptar que es una orientación tan normal como otra cualquiera. Las relaciones entre personas del mismo sexo ya solo escandalizan a los cerrados de mente, y el nivel de respeto e igualdad que se está logrando, con mucho esfuerzo y lucha, es para estar orgullosos. Es algo que consideramos un progreso, aunque hubo un tiempo en el que esta situación ya era vista como lo más natural del mundo.
No hay más que volver a nuestras propias raíces, a la Grecia Clásica, sociedad a partir de la cuál surgen muchos de los conceptos que cimentan el mundo occidental en el que vivimos hoy. Los griegos inventaron las polis, los impuestos, la democracia, desarrollaron como pocos las artes, la filosofía y el pensamiento. Y además, tenían una visión muy abierta de la vida sexual. De hecho, no existía un concepto real de heterosexualidad u homosexualidad, sino que las personas se consideraban habitualmente bisexuales, teniendo relaciones con miembros de uno u otro sexo de forma indiferente. No era algo mal visto ni reprobable, aunque es cierto que este aperturismo llegaba a consentir las relaciones con menores de edad, algo que hoy vemos como una auténtica locura. En aquellos tiempos, en la Grecia Clásica también se daba la prostitución, como en cualquier otra época y cultura de nuestro mundo. Los griegos no consideraban que la prostitución fuera mala, y de hecho era legal, cobrándose incluso tributos a las personas que la realizaban. La mayoría eran mujeres, pero había también una gran cantidad de hombres que ofrecían sus servicios sexuales a cambio de dinero.
La aparición de los escorts masculinos
Hoy tal vez esa imagen nos choque, pero en aquellos tiempos, los prostitutos o pornoi, como se les llamaba en la Grecia Clásica, eran casi tan numerosos como las mujeres. Teniendo en cuenta que los hombres adultos, principal público que consumía prostitución, disfrutaba tanto de varones como de mujeres, las cosas se entienden un poco más. Los escorts masculinos podían ser gigolós, y entregarse solo a mujeres normalmente maduras a cambio de dinero y regalos. La mayor parte de ellos, sin embargo, dedicaba sus servicios a otros hombres, ciudadanos griegos con títulos militares, con cierta riqueza, que siempre tomaban el papel activo en las relaciones. Y es que los prostitutos, al igual que su contraparte femenina, solían ser esclavos de guerra, hombres que no tenían la consideración de ciudadanos, el último escalafón de la sociedad.
La prostitución masculina
Hablamos de prostitución masculina en un entorno cultural muy diferente al nuestro, hay que aclararlo. Si bien la prostitución era legal y estaba admitida, sin que fuera perseguida ni por las autoridades ni por la opinión pública, dedicarse a ella podía ser una vergüenza. Y tenía más que ver con el tipo de personas que la llevaban a cabo, en la mayoría de ocasiones. Los pornoi eran hombres jóvenes, esclavos de guerra que estaba sirviendo a un señor, o que no tenían la posibilidad de acceder a otros trabajos o puestos mejores. Ejercían la prostitución por necesidad, y aquello les colocaba en el fondo de la sociedad griega. Sin embargo, su presencia era tolerada como un “mal menor”, para el desahogo sexual de otros hombres.
Los pornoi solían hacer la calle en barrios populares de toda Grecia, especialmente en Atenas. Había montones de ellos, y muchos trabajaban también en saunas, termas o gimnasios, que eran tapaderas de prostíbulos masculinos. Los más hermosos y deseados podían convertirse en “amantes” de algún señor importante, que los recogía de la calle y los mantenía a su lado, incluso en actos públicos. Fedón fue prostituto antes de ser seguidor del gran Sócrates, por ejemplo. Como podemos comprobar, había también diferentes jerarquías dentro de la prostitución masculina, que se desarrollaba exclusivamente por chicos jóvenes. Tanto es así que, llegados a cierta edad, estos jóvenes ya no eran deseados. El momento del cambio lo marcaba la aparición de la barba, algo que los griegos detestaban. Por eso los jóvenes que querían seguir trabajando como prostitutos debían depilarse y afeitarse a menudo.
Sus tarifas
Mal visto o repudiado por la sociedad, salvo cuando necesitaban un poco de placer sexual, el trabajo de prostituto era trabajo al fin y al cabo, y permitía a estos hombres desahuciados tener algún ingreso para sobrevivir. Si nos ceñimos a las tarifas que cobraban los pornoi griegos, hemos de advertir que eran muy variables, algo que no solo ocurría en aquella época, sino que sigue pasando hoy en día. En las crónicas se dan todo tipo de precios a cambio de favores sexuales, desde un óbolo, una cifra insignificante, hasta cinco dracmas, algo mucho más realista para el contexto de aquella época. Algunos historiadores y expertos afirman que a lo largo de toda su carrera, un prostituto podría alcanzar una cantidad superior de 3000 dracmas, algo importante teniendo en cuenta que la trayectoria no solía durar más de diez años.
Se distingue también, como lo hemos hecho antes, entre los prostitutos o pornoi y los chicos mantenidos. Esos “amantes” que son acogidos por ciudadanos pudientes de la ciudad, casi como cortesanos. Aparecían con ellos en público, y la ciudad entera sabía que eran amantes, pero no tenía ningún problema en aceptarlo como algo normal. De hecho, los prostitutos y los amantes llevaban a cabo una misión importantísima, la de satisfacer ciertas filias sexuales que un ciudadano no podía pedirle a otro, al considerarla de mal gusto. Esto es algo que tampoco ha cambiado demasiado en nuestros tiempos, donde muchos acuden a las prostitutas solo para hacer realidad esa fantasía que las otras mujeres no desean saciar.
Clientes
La clientela de los pornoi era variada, pero siempre se ceñía a dos grupos principales. En el primero y mayoritario, los ciudadanos de las polis con ciertos recursos, que podían gastarse un buen dinero en tener relaciones con estos chicos jóvenes. Solían ser hombres maduros, muchos de ellos militares o nobles, que gustaban de acudir habitualmente a los prostíbulos masculinos donde tenían lugar estos servicios. El segundo grupo, mucho más reducido, era el de las mujeres que pagaban a los pornoi por servicios concretos. Solían ser mujeres más maduras, normalmente viudas, que veían en ellos la oportunidad de satisfacer sus deseos sexuales sin tener que comenzar una nueva relación con otros hombres. Si bien el sexo de pago era visto como algo normal en Grecia, las cosas empezaron a cambiar cuando el dominio del Imperio Romano se hizo patente algunos siglos después, especialmente con la influencia de la religión.