Publicado el 28 agosto, 2019 por Hugo Valido
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El arte bizantino: una de las más grandes muestras culturales de la Edad Media

El arte es una parte importantísima en cualquier cultura, normalmente imprescindible para entender por completo la manera de vivir y de comprender el mundo que tenían nuestros antepasados en cada momento. A través del arte se expresa no solo esa necesidad del artista por plasmar la belleza de todo lo que le rodea, sino también la forma de vida de cada pueblo, la manera en la que entiende la religión, el amor, la familia o la propia cultura. El arte es un símbolo de cada pueblo, y en el Imperio Bizantino no iba a ser menos. Por eso el arte Bizantino es tan importante.

Cuando Teodosio dividió el Imperio Romano a finales del siglo IV entre sus dos hijos, Arcadio y Honorio, la parte correspondiente al Imperio Oriental fue legada a Arcadio, comenzando así el Imperio Bizantino, cuya capital era Constantinopla, hoy Estambul, en Turquía. El arte bizantino recogía la influencia de ambas partes, tanto en lo clasicista y helénico como en lo oriental, dando vida a un arte muy peculiar que sin duda marcó una época y que supuso una muestra absoluta del esplendor que todavía sobrevivió durante varios siglos a aquella división del Imperio Romano.

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¿Cómo se originó el arte bizantino?

Partiendo del arte paleocristino que predominaba dentro del Imperio en aquellos tiempos, el arte bizantino coge el testigo convirtiéndose en una especie de relevo del arte romano, aunque con mucha influencia oriental, algo que le hace diferente al resto de expresiones artísticas de la época. La edad de oro del arte bizantino tiene lugar entre los siglos IV y IX, donde su expansión por todo el territorio oriental del imperio Romano se hizo patente. Tras la muerte de Justiniano, el Imperio pasó por una gran crisis que hizo que se perdiese el interés por crear grandes obras artísticas.

Así se sucedieron varios siglos hasta llegar a una nueva edad de Oro a partir del siglo XI hasta la toma de Constantinopla por los musulmanes, momento marcado como el final del Impero Romano de Oriente. Durante esos siglos, el arte bizantino volvió a brillar con fuerza, ya con sus propias características y alejándose del anterior arte romano. La influencia del arte bizantino durante esa última época es enorme incluso en países como Italia, especialmente en las ciudades del Adriático Norte, como Venecia, donde todavía quedan muestras de estas magníficas expresiones artísticas.

Constantinopla: la cuna del arte bizantino

La ciudad de Constantinopla, separada por el estrecho del Bósforo, se convirtió desde el primer momento en la capital del Imperio Bizantino, puesto que estaba relativamente cerca de Roma pero también de los otros lugares controlados por el Imperio dentro de Oriente Próximo y norte de África. Es aquí donde surge el arte bizantino, primero como evolución lógica del romano, y luego, volviendo a deslumbrar con su propia forma de entender el arte, a través de la pintura y sobre todo, la escultura y la arquitectura. Y es que en esa última etapa es cuando podemos encontrar un arte bizantino más independiente, con sus propias reglas.

Constantinopla siguió siendo la capital del imperio durante más de un milenio, y la influencia helena era mucho mayor que la romana en este territorio, de ahí que el imperio Oriental también tuviese sus propias características especiales. La toma de la capital por los musulmanes ponía el punto y final a aquel Imperio, uno de los más grandes que el hombre ha sido capaz de crear. El arte bizantino, por fortuna, se conservó relativamente bien en muchas ciudades, y eso es lo que nos permite disfrutar hoy en día de él en todo su espledor.

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Principales características

Como ya hemos comentado, al principio del Imperio, el arte bizantino nació como una evolución lógica del arte romano, tanto es así que se conoció como Neo-romano. Sin embargo, con el tiempo y gracias también a la influencia orientalista en la cultura y el arte, las obras del arte bizantino tomaron su propia personalidad. Destaca, por ejemplo, la utilización de una paleta cromática muy variada, con colores de todo tipo y en unas combinaciones incluso arriesgadas para la época, algo que llama mucho la atención para los estudiosos del arte.

La combinación del arte grecorromano como base clasicista con todo el arte y la influencia de la cultura de Oriente Próximo, en territorios como Siria, dio lugar a esa sensibilidad especial de este arte bizantino. Su leitmotiv principal eran las figuras religiosas, tanto en cuadros y pinturas como en la escultura e incluso en la arquitectura. Eran conocidos como grandísimos orfebres, y eso se denota en el interior de sus edificios más importantes, especialmente los templos, muy adornados en su interior y algo más sencillos por fuera.

Pintura y arquitectura bizantina

La creencia religiosa estaba presente en la mayoría de obras pictóricas del arte bizantino, algo que se puede comprobar en las que sobrevivieron a la primera época y en las que se produjeron ya en la tercera etapa, a partir del siglo XI. Son obras caracterizadas por el uso de unos cromatismos muy especiales, con colores más ocres, amarillos y marrones imponiéndose a otros más fríos o luminosos. La pintura solía realizarse sobre cuadros o retablos, que normalmente terminaban en los propios templos de las ciudades, especialmente en aquellas relativamente grandes. La pintura bizantina fue influencia inequívoca para el arte posterior ruso, la pintura copta o el arte románico.

En cuanto a la arquitectura, tuvo una expansión mucho  más amplia que las pinturas, gracias a que estuvo siempre presente dentro del Imperio Bizantino. Destacaban los grandes templos con arcos de medio punto, retomando ideas del arte romano anterior, y el uso de una cubierta abovedada, que sí que es algo propio de este arte. Podemos encontrar hoy en día templos bizantinos en toda Turquía y Grecia, pero también en algunas zonas de Italia, Bulgaria, Moldavia o Rumania, e incluso Siria y Palestina, donde el Imperio también llegó en su momento.

Grandes artistas bizantinos

Justiniano I fue uno de los mayores impulsores del arte Bizantino en su momento, mostrando especial interés por él. Era un emperador y no un arquitecto o un artista, pero sufragó a muchos de ellos para que la expansión de este tipo de arte fuera más gloriosa. En cuanto a la pintura, encontramos Filoxeno de Eretria, cuya fama ha trascendido el tiempo  y ha llegado hasta nosotros, convertido en un artista soberbio y además, muy rápido, ya que se dice que tenía una inusitada habilidad con los pinceles. En cuanto a la arquitectura cabría destacar a Marco Vitruvio Polión, un magnífico arquitecto que incluso estuvo al servicio del mítico Julio César en sus primeros años, un artista dotado de una visión espectacular para la creación de edificios.

Autor

Por Hugo